EXPERIENCIA DE UN CACHACO EN LA RANCHERÍA DE SAN MARTÍN DE PULOÜI

En las siguientes líneas procuraré describir mi pequeña estancia como acompañante de la Corporación Tepiapa, al interior de la ranchería San Martin de Puloüi, del municipio de Manaure en el departamento de La Guajira. Quizás la palabra que mejor puede sintetizar esta experiencia es “estar”, y quiero expresarles en los siguientes párrafos cómo comprendo esto de, “saber estar”, en un lugar que no es tu cultura, tu tierra de origen o tu gente. Gracias al modo de vida del wayuu, me pude sentir parte de su gente, de su cultura y de su tierra.

Trayecto

El camino de Riohacha a Manaure es de muchos contrastes, si nos referimos a la copa de los árboles predomina el verde en varios matices, en los troncos el café y el gris, y en el suelo el amarillo, el naranja y el blanco debido a las formaciones de las capas de sal en la tierra. Durante el trayecto puedes llegar a sentirte como en un museo, pasando de un cuadro a otro, en donde los paisajes de cada cuadro cambian radicalmente, pero no es por su esencia, lo es por sus formas. Algunos árboles enverdecidos, otros secos, la presencia del agua con múltiples tonalidades, la sequedad y una constante sensación de sed que puede llegar a sobrepasarte cuando no comprendes cómo es el estilo de vida de las personas en este territorio.

Por el camino no se ven muchas personas, pero sí es muy común ver una que otra en las entradas de las rancherías, en especial niños vendiendo ya sea un líquido embotellado, frutas silvestres como la iguaraya y las cerezas o simplemente sentados viendo los autos pasar. Ni que decir de los animales que se pueden ver, hay que hacer una que otra parada esperando que los chivos, vacas, iguanas, zorros y aves crucen la carretera.

Cada uno de los paisajes que podía contemplar me asaltaba con ráfagas de preguntas: ¿Cómo es posible vivir aquí? ¿Cómo vivir con tan altas temperaturas? ¿Cómo aguantar la carencia de agua, energía, servicios de salud, alimento? Claro, estas eran preguntas pensadas desde mi estilo de vida, desde mi modo de comprender el bienestar humano.

Llegando a una comunidad wayuu

Entrada la tarde llegamos a la ranchería, mi primera impresión fue sentir que era un lugar con muy pocas casas y que quizás, no habría muchas personas. Nos recibieron algunas mujeres y varios niños, al presentarnos, utilizaron su lenguaje para comunicarse conmigo, me sentí algo desconcertado e impotente por no poder comprender lo que decían y por no poder hablar con ellos. Sin embargo, en sus rostros vi serenidad y acogida, me presenté y traté de vincularme a la dinámica de las personas, aunque aún no era el momento. Antes había recibido instrucción sobre como dirigirme hacia las mujeres, los niños y sobre los espacios en los que podía y no podía estar.

Descargamos varias provisiones que habíamos llevado y me dirigieron a una casa, construida por la Corporación, la mitad de la casa era utilizada para almacenar alimento (agua, harina, maíz, verduras, utensilios de cocina, entre otras cosas), la otra mitad tenía cuatro chinchorros y en uno de ellos se encontraba una abuela mayor, la señora Anamira, a la cual se le veía decaída y con poco aliento.

En ese momento, debíamos ir a Manaure a comprar algunas provisiones que faltaban, pero antes de irnos junto con una de las mujeres de la comunidad, nos ofrecieron un vaso de chicha, y para mi sorpresa, esta no era la chicha de mi tierra (soy cundiboyacense), esta era de sabor dulce, suave, más parecida a una avena que a otra cosa, hecha de maíz blanco molido y azúcar.

Ya en Manaure, nos encontramos con Breiner, hermano de Karen quien era la mujer que nos acompañaba, los dos son hijos de la abuela a quien había visto anteriormente.

Conociendo Manaure y la comunidad wayuu

Breiner es cofundador de la corporación y hace parte del clan que conforma la comunidad que he visitado. El acercamiento con él me permitió comprender algunas singularidades del modo de proceder del Wayuu, él siendo psicólogo egresado de la Universidad Nacional de Colombia, colega, me contó qué pasa al interior de Manaure y me adelantó sobre lo que su clan estaría a punto de vivir en los siguientes días.

Parte de la realidad de La Guajira es bien conocida, los problemas de corrupción, la falta de energía, agua potable y paraplejia social; pero Breiner dentro de lo que me comparte, me hace ver algo más de lo que no soy muy consciente. Me habla sobre una lucha constante por sobrevivir, en donde las normas sociales que conozco no existen y cada uno hace su ley a su conveniencia. Las dinámicas sociales en Manaure, más allá de estar permeadas por los problemas de las malas administraciones, han llevado a la mayoría de los círculos sociales al conformismo, la quietud y a responsabilizar exclusivamente al Estado por su actual modo de vida.

Pero bueno, no todo es tan trágico y es allí donde quiero detenerme por un instante. El liderazgo de Breiner y Karen como miembros de la comunidad Wayuu resalta una lucha que sacude los actuales sistemas de vida, tanto de la sociedad civil como de las mismas rancherías, pues su deseo de reivindicar su modo de vida y las formas de gobierno por las que el Wayuu atiende y resuelve los conflictos, han sido para mí, ejemplos vivos ante la actual crisis de nuestro territorio colombiano.

Para el Wayuu, el encuentro, el clan, la historia, las responsabilidades de la mujer, del hombre, de los niños, el respeto por la tierra, la mar, la lluvia (artículos en género wayuu), los animales, el viento, son caminos en los cuales el wayuu coexiste y habita en el mundo.

Esa noche nos quedamos en casa, Breiner y Karen en su casa, dormimos en un chinchorro en el patio, la noche fue fresca y al día siguiente nos iríamos a quedar dentro de la ranchería.

El segundo velorio

En la mañana, Karen y una de sus hermanas, nos compartieron sobre el evento que su Clan iba a vivir al siguiente día. Consistía en la exhumación de los restos de su abuela, la cual había fallecido hace aproximadamente 8 años. Una explicación detallada sobre cada uno de los momentos de este segundo velorio me hizo comprender que lo que iba a vivir era realmente todo un acontecimiento y, hasta me llegue a sentir indigno de estar en tal lugar.

Algo singular de la explicación que escuchaba, consistía en la preparación de la persona que iba a ser la encargada de tocar y limpiar los huesos de la abuela e introducirlos en la bóveda designada para tal fin. Era una joven descendiente de la abuela, ella iba a ser bañada con algunas plantas del desierto, las cuales el Wayuu considera sagradas y, además, debía tener una dieta estricta y mantenerse aislada de las demás personas un día antes de la exhumación.

Durante el resto del día estuvimos entre Manaure y la ranchería llevando algunas cosas para la preparación del día siguiente. Luego, al caer la noche, varios de los clanes invitados habían llegado y se habían asentado colgando sus chinchorros y haciendo pequeñas fogatas para pasar el frío y para preparar algo de comer. Las mujeres se encontraban arreglando una res, la cual sería sacrificada para compartir con todos los clanes.

Junto a algunos de los nietos de la abuela que iba ser exhumada, compartimos un licor muy tradicional y sagrado dentro de la cultura Wayuu: el Joshi, conocido comúnmente como Chirrinchi, es una destilación de la panela de caña de azúcar y especias. Este licor me relajó bastante y pude sentirme arrullado y muy tranquilo para dormir.

El ritual del Segundo Velorio inicio sobre las 3:30 am, las mujeres comenzaron preparando la comida y la disposición de la joven que iba a sacar los restos, los hombres por su parte, se encargaron de preparar las herramientas necesarias para hacer la exhumación en el cementerio, ubicado a medio kilómetro de la ranchería aproximadamente. Yo, entre sueños, alcanzaba a escuchar voces que no comprendía, pues algo totalmente precioso es escucharlos hablar en su lengua originaria: el wayuunaiki.

Los demás invitados y nosotros nos despertamos a las 4:30 am, nos alistamos colocándonos prendas blancas y alzando los chinchorros donde habíamos pasado la noche. De camino al cementerio, vimos grupos de personas caminando con una actitud devota y con un profundo respeto por lo que se iba a vivir.

Al llegar al cementerio, un insondable silencio invadía el lugar. Primero, empezaron a romper el muro que tapaba la bóveda y con sabanas dispuestas en el suelo jalaron el ataúd para que este quedara en toda la sabana. La joven destinada para la exhumación inició su labor. Tomó, entre la madera corroída y las prendas, los huesos de su abuela y los limpió uno por uno, después los depositó en un pequeño cofre.

Todos observábamos con atención mientras la noche finalizaba y la luz del día empezaba a resplandecer.

Al terminar de guardar todos los huesos en el cofre, la joven fue apartada del lugar, despojada de sus ropas, bañada con un agua especial y vestida de nuevo. Los hombres cargaron el cofre, seguido por la joven y todos los demás, era como en una procesión y así regresamos en silencio a la ramada central de la ranchería. Allí, estaba dispuesta una mesa en la cual se colocó el cofre tapado con una manta, acompañado de una foto familiar que recordaba la imagen de la abuela y su familia.

Luego de un momento de silencio contemplando aquel cofre, las mujeres y hombres irrumpieron en llanto de forma armonizada (a mi parecer). Este canto, entre melodía y melancolía, me llevó a recordar a mis muertos, a los seres que he tenido que despedir. Este acto de llorar o de cantar se hace con el rostro cubierto con una especie de mantilla, se suelen turnar las mujeres para mantener el mismo espíritu del momento: el dolor de su partida.

Para el Wayuu, este segundo entierro es la despedida definitiva que hacen a un familiar, es a través de este rito wayuu que la occisa logra integrarse totalmente a la naturaleza, su espíritu trasciende de modo que habita en todo y está con todo. La abuela ahora hace parte de la tierra, del aire, de los animales y cuida y vela de los suyos desde el lugar de donde nació, que en la cultura wayuu se denomina: origen. Ver en: https://www.tepiapa.org/origenes/#fb0=35

Cada uno de los asistentes a este segundo velorio tiene presente que su presencia es signo de compañía y de memoria con los suyos y con su historia, durante el día se comparte la comida alrededor del cofre, en medio de silencios, cantos, llanto y miradas que traspasan el alma

El regreso

Nuestra estancia no podía durar más y el momento de la despedida, para mí, fue algo seco y foráneo. Pienso en lo que no tengo, en lo que me gustaría tener y en lo que ellos no tienen. Pienso en el agua, la salud, la alimentación, la educación y me corroe un profundo sentimiento de desesperanza, pues siento que no puedo hacer mucho, aunque quisiera hacerlo todo.

Al momento de despedirme de quienes me brindaron su casa, su palabra, su chinchorro, una bolsa de agua, me encuentro con sonrisas, gestos de gratitud, de ilusión por una próxima visita y, me encuentro también, con un abrazo que no necesita expresarse a través del cuerpo, porque sencillamente se transmite por la mirada. No es tan fácil que un Wayuu te abra sus puertas, comparta su comida, te invite a estar en un ritual tan sagrado y te diga que espera verte de nuevo, aun así, lo pude experimentar.

Me despido de esta ranchería y de Manaure contemplando la arena, los árboles secos, las olas de calor, las piedras de sal, la mar y las rectas carreteras. Agradeciendo por la hermosa oportunidad de haber estado en este lugar y por todo lo aprendido que amplía mi noción del cosmos y de otra cultura, otra cosmovisión, otra forma de estar en el mundo, con el deseo de seguir aprendiendo y desaprendiendo. Esta experiencia me abre la posibilidad de repensarme en cómo puedo relacionarme, ahora, conmigo mismo, con el otro y con el universo.

La corporación Tepiapa fue durante mi tiempo en La Guajira, una casa, la cual me acogió en mi singularidad de cohabitar este mundo, me permitió ser autentico y me ayudó a vivir fielmente lo mejor de mí mismo, sin máscaras y con un espíritu realmente libre. Los y las invito a vivir esta experiencia, pues algo es cierto, después de esta experiencia no seguimos siendo los mismos.  Descubres que hay algo que te mueve, te llama, te sondea a querer volver y hacer más, pero sobre todo a redescubrirte en tu relación con el mundo, con todo aquello que te permite vivir, existir y “estar”.

Luis Parra

Psicólogo

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